jueves, 26 de junio de 2014



PARA MORIRSE DE RISA.

Hay quien exhala su último suspiro intentando dejar un pensamiento solemne y cursi para la posteridad (“He arado en el mar”, de Simón Bolívar) y hay quien prefiere tomarse la muerte a cachondeo, como el pintor español Miguel Collantes que mandó inscribir en su lápida esta genial frase: “Yo ya perdí peso. Pregúnteme cómo”.
Nos hemos subido en la Unidad Móvil Fúnebre de Strambotic para recorrer los cementerios de España -y parte del extranjero- para recopilar esta colección de divertidos epitafios e insólitas lápidas. Para cuatro días que vamos a vivir en este valle de lágrimas, ¿qué mejor manera que pasar a la posteridad con una lápida que logre ser el centro de atención del camposanto?
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Dándole al jarro, así es como recordarán sus familiares y amigos a Petra Dumitru, un anciano rumano que en la foto de su lápida aparece empinando el codo. Al parecer, en su lecho de muerte le comunicó a su cuñado Stefan que quería que la gente le recordara “por los dos grandes amores en su vida: el buen vino y su esposa” (por ese orden).
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La familia de Allan Robinson, gran matemático y apasionado de los sudokus, decidió adornar su lápida con una ecuación matemática extraída de su tesis doctoral y un sudoku, para recordarlo por lo que más le gustaba y, ya de paso, dejar claro que probablemente se tratase del muerto más inteligente del cementerio.
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“Nunca mató a ningún hombre que no mereciera morir”. Robert Clay Allison, un justiciero como los que ya no quedan.
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Una peineta para tus allegados. En el cementerio de Ávila podemos toparnos con esta singular lápida que con solo una figura ya lo dice todo. No obstante, el epitafio reza lo siguiente: “A hombros o en un carrito / lleno de flores llegamos. / Con cínicas alabanzas nos despiden / pero ya no nos importa / porque no escuchamos. / Más os decimos con esperanza / que al final de este viaje / os esperamos”.
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Pepe siempre tuvo un gran sentido del humor, de modo que al fallecer, sus hijos decidieron que su humor siguiera acompañándolo. Así que grabaron este mensaje dedicado a su mujer, también difunta y enterrada junto a él. Para quien no entienda el mensaje, ahí dice: “¡Rubia! Échate un poquito para allá que me estás clavando el codo”.
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Aquí yace el friki más grande de todo el cementerio.
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Una advertencia más que clara para los amigos de lo ajeno y los vándalos. Los muertos son sagrados, y punto.
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Uno puede ir al cementerio a llorar a los muertos y también a llorar los errores ortográficos de los vivos.
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Un día, Antonio le dijo a su hija María que cuando se muriera quería que en su lápida pusieran la frase “¿Veis como era verdad que me dolía?”. Dicho y hecho. ¡Bravo por el sentido del humor de Antonio!
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En el cementerio de Toro (Zamora) nos encontraremos con esta peculiar tumba que tiene tallada, nada más y nada menos, que la mismísima planta del opio; lo cual deja entrever cuáles eran las aficiones del difunto. Sutil y bello.
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Esto es lo que viene siendo una muerte sostenible: una pequeña placa solar que alimenta la bombilla que ilumina la lápida durante la noche.
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Que la muerte no te impida decir lo que quisiste decir en vida. Si tus familiares más cercanos te abandonaron en tus últimos momentos de vida, repróchaselo en tu lápida y que les quede bien claro. Eso mismo hizo Soledad, cuya lápida ha dado mucho que hablar.
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He aquí una sutil pero contundente manera de mandar a la mierda a tus seres queridos. ¡Olé!
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 “Hoy yo, mañana, tú”
Los cementerios, por lo general, dan mal rollete, pero uno se siente aún peor cuando lee estas inscripciones a la entrada de ellos. El primero se encuentra en Ribadavia (Ourense) y el segundo en Gaintza (Gipuzkoa).

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