jueves, 26 de junio de 2014

200 años de Orgullo y prejuicio

La novela de Jane Austen, hoy un clásico de pleno derecho, puso de manifiesto el apocamiento de la burguesía rural del siglo XIX y levantó tantas críticas como alabanzas



LAURA MARTÍN | 28/01/2013 

Ilustración de la edición conmemorativa de Alianza, realizada por Hugh Thompson en 1894
Hace exactamente 200 años, un 28 de enero de 1813, Thomas Egerton publicó la primera edición de Orgullo y prejuicio, una novela que en origen iba a llamarse Primeras impresiones y que se convertiría en la obra más conocida y reconocida de Jane Austen. La autora la escribió en un año, tras una estancia en Kent, en la casa de su hermano Edward y su mujer, y sin contar con esa habitación propia por la que clamó Virginia Woolf más de un siglo después. Austen no firmó su libro. En lugar de su nombre rezaba “por la autora de Sentido y sensibilidad, que a su vez había rubricado como “una dama”.

La recepción fue positiva, aunque la literatura de Austen tuvo defensores y detractores por igual. Entre aquellos que se inclinaban ante su talento, su sutileza y su ironía estaba Sir Walter Scott, alabador de su “toque exquisito”. E. M. Forster llegó a reconocer que su amor por las novelas de Austen le volvía “ligeramente imbécil”, y Rudyard Kipling escribió “cuanto más la leo más la admiro y respeto y reverencio”. Incluso redactó una pequeña historia, The Janeites, como homenaje. Por el contrario, Charlotte Brontë manifestó su decepción ante Orgullo y prejuicio. Mark Twain gustaba de burlarse de lo que él consideraba ñoñería, y Henry James despreciaba sus historias, aunque ambos abordaran el tema de las solteronas decimonónicas, cada uno a su manera: Austen desde la sátira, James desde la amargura.

Ilustración de C. E. Brock realizada en 1985

Más que una historia de amor, aunque también, Orgullo y prejuicio es un retrato incisivo de una sociedad en la que el único objetivo de una mujer es conseguir un buen marido. O un marido a secas, si empieza a ser demasiado mayor. De ahí la abrumadora preocupación de la señora Bennet, madre de nada menos que cinco hijas (que no podrán heredar la hacienda de la familia por su condición femenina) a las que tiene que colocar como buenamente pueda. Esta mujer histriónica, rozando la caricatura, refleja hasta qué punto era necesaria la presencia de un hijo varón en una casa. Y, sin embargo, como en el resto de la obra de Austen, el happy end está garantizado: las protagonistas se emparejan con sendos esposos que, por supuesto, poseen una cuantiosa fortuna. La autora inglesa sienta precedente de la chick-lit con heroínas que, a pesar de los obstáculos, consiguen la vida que siempre habían soñado. Valeria Ciompi, editora de Alianza, califica Orgullo y prejuicio de "chick-lit atemporal". "Refleja las reglas del perfecto bestseller", comenta a El Cultural, puesto que, "a pesar de estar encuadrado en un momento histórico concreto, las emociones y los sentimientos siguen vigentes, y se puede trasladar a las historias románticas de la época actual". La propia Austen no se casó nunca. 

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